domingo, 19 de julio de 2009

Fauna


Cuando llevaba aquí poco más de un par de semanas, algo me picó en la mano. Fuera la que fuese la suerte de artrópodo autóctono que me atacó a traición mientras dormía, su picadura me provocó una reacción alérgica que aumentó aproximadamente en un 50% el volumen de mi mano izquierda, para cuya estabilización tuve que recurrir a una caja de grageas antialérgicas que tomé cada ocho horas durante tres días a razón de dos comprimidos por toma. No había sido mi primer contacto con la fauna local.

De hecho, los mosquitos aquí están hechos de otra pasta, sin duda. En una noche fatídica, poco antes que mi agresor misterioso lo hiciera, uno de esos seres nocturnos asaltó mi epidermis, dejando en mi brazo un rastro de estructuras cupulares amarillentas que supuraban, y que se conviertieron en heridas antes de ir desapareciendo. Estos, de momento, han sido mis peores encuentros. Espero no llegar a enfrentarme a alguna de las avispas que están fabicando su nido en un recoveco inalcanzable dentro de la estructura del porche de mi casa, porque sólo comparándolas con la enorme y mortal avispa gigante japonesa puedo ignorar su rotunda superioridad de tamaño respecto a nuestras modestas -y de picadura ya suficientemente dolorosa- avispas europeas.

La colección de artrópodos se extiende hacia extremos de la clasificación de las especies bastante alejados de aquellos a los que estoy acostumbrado, y muestra una variedad de lo más rica. Escarabajos, libélulas, saltamontes, avispas, hormigas, mariquitas... de esto hay, pero diferente. Incluso he visto alguno de aquellos bichos con tenazas en el extremo del abdómen a los que llamábamos "cortapichas" en el colegio. Pero, además, hay insectos extraños, como una especie de escarabajo alargado que al volar recuerda más a alguna especie de mariposa o polilla.

Al no conocer la identidad de mi agresor, el que me dio alergia, huyo de todos los insectos desconocidos, como si cualquiera de ellos pudiera ser venenoso.

Incluso los mamíferos podrían ser venenosos, quién sabe... Las marmotas, mapaches y ardillas pululan por el bosque que rodea mi lugar de trabajo, lo que me hace pensar que todos estamos en peligro. ¿Y si el mapache que salió corriendo del cubo de la basura de la entrada hubiera mordido a alguien? El pueblo entero podría haberse convertido en un segundo Racoon City, y canutas nos las habríamos visto para conseguir huir con vida de una nueva plaga de zombis. Tampoco me gusta cómo nos miran las ardillas, con que descaro se pasean tan cerca de nosotros y, sobretodo, esos ojos sedientos de sangre con que nos miran. Y las marmotas, silenciosas, escrutan nuestros movimientos desde la espesura...

Si los gorriones, o incluso los enormes cuervos me hacen pensar que podría estar en cualquier otro lugar, el resto de representantes de la familia de las aves me hace sentir como a Darwin en las Galápagos. Sería una tarea ardua clasificarlas, creo que durante la primera semana -cuando aún estaba realmente sorprendido por estas cosas- vi cada día un tipo de pájaro nuevo. También podría ser que algún gracioso se dedique a pintarlos regularmente para que parezcan diferentes.