martes, 26 de mayo de 2009

Jet Lag


Unos 6000 kilómetros más allá. Casi ocho de horas de viaje. Después de haber pasado, de forma deliberada, una de esas noches en París que, entre otras cosas, me hacen adorar aquella ciudad; la falta de sueño me permitió que el viaje no se me hiciera más largo de la cuenta. Cerraba los ojos para abrirlos una hora después con la sensación de haber sencillamente parpadeado. Así, repetidas veces. El intenso olor a curry de mi compañero de vuelo, a pesar de lo que creí en un principio, no me supuso ningún problema.

El avión era, para mí, enorme. Nada que ver con las tartanas low-cost que constituían la totalidad de mi experiencia con aerolíneas hasta la fecha. La multitud, a lo largo de las tres hileras de butacas clase turista, emanaba un murmullo de ecos francófonos. Partimos pronto, por la mañana. Y mi cuerpo aún sigue sin acabar de comprender que casi ocho horas más tarde, seguía siendo por la mañana, aunque no fuera tan pronto. Cada mañana trato de hacérselo entender, sin éxito de momento.

Al llegar al aeropuerto de Trudeau, en Montreal, me esperaban los trámites administrativos para obtener mi permiso de trabajo. A mi cuerpo, ya en ese momento, le costó horrores comprender que mi nombre no aparecía en la base de datos. La mujer policía tras el mostrador de inmigración comentaba con un compañero el contratiempo, diciéndole que yo no existía. La miré con una fingida expresión entre la melancolía y el horror para decirle, parafraseándola, "I don't exist"; y ella comprendió la broma con el doble sentido entre el ser existencial y el administrativo. Un país donde los funcionarios tienen sentido del humor no puede ser malo. Mi no-existencia no iba a suponer un problema. Al fin y al cabo, mis papeles estaban en regla.

Al salir, no parecía que hubiera nadie esperándome. Y, sinceramente, me asusté un poco. Me imaginé esperando solo en aquella terminal, pensé en la forma de contactar con la empresa. Por suerte, después de salir y volver a entrar, distinguí a lo lejos mi nombre en un papel que sujetaba un chaval. Chaval es la mejor palabra que se me ocurre para describir al tipo que la compañía había enviado a buscarme. Llevaba una camiseta con el logo de Jackass; y, aunque ahora mismo creo que no mascaba chicle, lo cierto es que podría haberlo hecho sin que fuera algo fuera de contexto. Cuando imagino a alguien así, lo imagino mascando chicle. Bienvenido a Norteamérica.

Continuará...

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